Presentación
Cada vez más hogares en el mundo conviven con gatos. Es una realidad: los gatos están cada vez más presentes en nuestras casas y en nuestras vidas… pero, ¿qué sabemos realmente sobre ellos? ¿Qué entendemos de sus necesidades, su forma de comunicarse o sus emociones?
Bienvenidos a Diálogos INMAB: Ecos de Conciencia. Hoy hablamos de gatos: de su comportamiento, sus necesidades, y de la importancia de comprenderlos para prevenir problemas de comportamiento y mordeduras.
Para ello contamos con un invitado muy especial: el Dr. Gaspar Romo, médico veterinario, etólogo clínico especializado en animales de compañía y experto en comportamiento felino. Es miembro de la Asociación de Etología Clínica Chilena, cuenta con un Máster en Etología de la Universidad Autónoma de Barcelona, y es docente en diferentes diplomados universitarios en comportamiento animal y medicina felina. Actualmente forma parte del equipo del Centro Integral de Comportamiento Animal (CICAN) y lidera el proyecto EtologíaFelina.gr.
Sin más preámbulo, le damos la bienvenida a la segunda temporada de nuestro programa Diálogos INMAB: Ecos de Conciencia. Estamos encantados de tenerte aquí.
Pregunta (P): Estamos muy contentos porque, aunque solemos hablar mucho sobre perros —especialmente por todo lo relacionado con las mordeduras caninas, donde aún queda mucho por abordar—, teníamos muchas ganas de profundizar en otros animales. Aunque nuestro objetivo siempre tiene que ver con los problemas de comportamiento y, en este caso, las mordeduras felinas, creo que merece la pena empezar de otra manera: empezando por lo bueno.
Por eso, Gaspar, ¿nos podrías contar qué significa tener un gato y por qué es tan positivo incorporar gatos en nuestras vidas?
Gaspar Romo (GR): Hoy en día, como comentabas, el gato se ha vuelto cada vez más popular como animal de compañía.
De hecho, en los últimos estudios que he revisado —particularmente en Europa—, el gato ya ha desplazado al perro como principal mascota en algunos lugares.
Esto tiene mucho que ver con el estilo de vida actual: para muchas personas, resulta más conveniente tener un gato, porque en términos generales demanda menos cuidado que un perro.
Aunque esta percepción puede ser un poco sesgada —ya que los gatos también requieren bastante atención—, es cierto que, comparativamente, el hecho de que no necesiten paseos diarios facilita mucho su convivencia en ciudades o en espacios más pequeños, como departamentos.
Por eso, sobre todo en países desarrollados, el gato ha ido ganando popularidad.
Además, antiguamente existía esta creencia de que el gato no se vinculaba realmente con el tutor, o que era un animal "traicionero", pero esa visión suele cambiar radicalmente en cuanto una persona convive con su primer gato.
Se puede construir un vínculo precioso con ellos, diferente del que se establece con un perro —ni mejor ni peor, simplemente distinto—, y ese vínculo aporta muchísimos beneficios, tanto a nivel de salud física como de salud mental.
Por todo esto, cada vez más personas eligen compartir su vida con un gato.
P: Ya que has mencionado que el vínculo con el gato es diferente, me gustaría que profundizaras un poco más: ¿en qué sentido es distinto? ¿Cómo describirías ese vínculo que se establece con un gato?
GR: Hay varias maneras de explicarlo, pero habitualmente lo describo desde un punto de vista personal —no es algo estrictamente académico—.
Siempre he visto que el vínculo con el perro tiende a ser más vertical, mientras que con el gato es más horizontal: una relación entre pares, basada en la compañía, y no en la idea de "ser dueño", como se estilaba antes.
Con un gato, realmente se establece una relación de compañero a compañero.
También es distinto en el sentido de que, como solemos comentar entre colegas, el perro parece venir "programado" para querer a su tutor.
Incluso en situaciones extremas de maltrato, muchos perros siguen mostrando alegría cuando el tutor llega a casa.
Con los gatos no ocurre lo mismo.El vínculo con un gato hay que construirlo día a día, hay que ganárselo.
Es una relación que requiere mucho más respeto y sensibilidad, ya que los gatos son más susceptibles a ciertos tipos de maltrato, incluso a formas sutiles de falta de respeto.
Para mí, como amante de los gatos, tiene un valor especial que un gato te quiera, te valore y te considere su tutor.
No digo que uno sea mejor que otro, simplemente creo que son formas distintas de relacionarse, y cada una tiene su propio significado.
P: Quizá es un vínculo que se debe ir trabajando más con el tiempo, ¿no? Como decías, sin desmerecer la relación con los perros, pero intentando entender que con los gatos es algo distinto, ¿verdad?
GR: Claro, claro. Es lo que comentábamos: no es que una forma de vínculo sea mejor que otra, en absoluto.
Simplemente son maneras distintas de relacionarse. Lo que uno construye con un gato es diferente de lo que se construye con un perro.
P: Tengo que reconocer que, salvo algún contacto ocasional, no tengo suficiente experiencia con gatos como para opinar demasiado.
Yo convivo con un perro, y es diferente. Pero precisamente por eso es importante conocer esas diferencias, y entender que en ningún caso se trata de desmerecer a uno u otro: cada ser vivo es único, y la conexión que establecemos con ellos también lo es.
GR: El amor incondicional que ofrecen los perros es tremendamente valioso para la gran mayoría de las personas, y se valora muchísimo.
P: Cada vínculo tiene sus particularidades, y si no fuera así, no estaríamos viendo cómo, cada vez más, tanto perros como gatos son incorporados en las familias.
A partir de lo que comentas —y también tomando cosas que he leído en tus trabajos y entrevistas—, parece que el proceso de construcción del vínculo con el gato puede resultar más complejo para los tutores, ya que se va forjando día a día.
Y eso me lleva a empezar a girar un poco la conversación: ¿cómo describirías el proceso de construcción de ese vínculo con el gato, y qué dificultades pueden aparecer en el camino?
GR: Siento que depende bastante de la persona.
Hay muchos tutores que conviven con gatos y saben muy bien cómo relacionarse con ellos.
Sin embargo, también veo casos de desencuentro, sobre todo cuando las personas no están acostumbradas a convivir con gatos y tienen una forma diferente de relacionarse con los animales de compañía.
En esos casos, es fundamental entender que la relación con un gato implica respetar mucho sus límites y sus espacios.
Hay personas que, por ejemplo, buscan el contacto de manera constante o son demasiado invasivas, y eso puede incomodar al gato.
Cuando se cruzan esos límites, pueden surgir problemas en el vínculo y también ciertos problemas de comportamiento.
Por eso, el proceso de vincularse con un gato tiende a enseñarnos la importancia de respetar el espacio y los tiempos del otro, algo que a veces no resulta tan fácil.
P: Quería empezar así para ver cómo lo explicabas, porque —como mencionaba antes— he leído varios trabajos tuyos donde señalas un aspecto que me parece fundamental: el estrés en los gatos.
De hecho, he subrayado una frase que me pareció muy interesante: hasta los cambios más simples, como mover los muebles de lugar, pueden afectarles.
Así que, a partir de aquí, me gustaría que empezáramos a desgranar un poco esos pequeños cambios que, sin darnos cuenta, pueden hacer que los gatos se sientan mal.
(Confieso que, si tuviera gato, ya lo habría vuelto loco, porque en mi casa cambio los muebles bastante seguido. Perdón por eso.)
GR: Sí, me ha tocado ver a tutores que cambian los muebles con frecuencia... ¡y sí, terminan volviendo locos a sus gatos!
P: Claro, yo hablo desde mi experiencia: a veces muevo cosas de lugar simplemente porque me apetece cambiar, sin pensar en las consecuencias. Pero claro, uno no lo hace con la intención de estresar al gato.
Por eso, me gustaría que nos explicaras un poco más sobre este tema del impacto que tienen esos cambios en ellos.
GR: Sí, pasa que los gatos son, en general, muy apegados a sus rutinas y a sus espacios.
Son animales muy estructurados, y por eso incluso los cambios más pequeños pueden estresarlos.
Mover un mueble de lugar, cambiar la rutina de los tutores, modificar horarios, o alterar la composición familiar —por ejemplo, con la llegada de otro animal de compañía— son situaciones que tienden a ser especialmente estresantes para ellos.
En esa misma línea, mudarse de casa puede resultar muchísimo más complicado para un gato que para un perro.
Mientras que muchos perros se adaptan con mayor facilidad a espacios nuevos, los gatos suelen sufrir más.
Esto depende también de la personalidad de cada gato —algunos son más adaptables—, pero en general, enfrentarse a un espacio desconocido, nuevo y poco familiar genera un nivel de estrés importante.
Y aquí siempre hago mucho hincapié: para entender estas diferencias entre especies, es clave recordar que el gato, además de ser un excelente depredador, también es una presa.
Sus antepasados eran presas, y eso explica por qué en entornos no familiares pueden sentirse inseguros.
A diferencia de la mayoría de los perros, que suelen disfrutar explorando lugares nuevos, un gato que no ha sido acostumbrado desde pequeño probablemente se petrificará o intentará huir si lo sacamos a un lugar desconocido.
Si va en una caja de transporte, es muy probable que intente volcarla o escapar.
En definitiva, son situaciones que estresan mucho a los gatos, y entender estas diferencias es fundamental para su bienestar.
P: Pensando en los ejemplos que mencionabas, tengo que reconocer que los grandes cambios —como una mudanza o la llegada de un bebé— son situaciones que uno tiende a visualizar como "eventos importantes" que afectarán a los animales de compañía.
De hecho, más adelante me gustaría hablar sobre el tema de incorporar un nuevo animal, especialmente entre gatos, pero eso lo dejaremos para después.
Ahora, lo que me sigue generando más dudas es todo lo que tiene que ver con los cambios más pequeños, los cotidianos, esos que probablemente como tutor ni siquiera pensarías que pueden tener un impacto.
Porque cuando enfrentamos algo grande —una mudanza, por ejemplo—, aunque lo hagamos mejor o peor, solemos pensar en el conjunto y, en ese conjunto, incluimos a los animales. Pero en los pequeños cambios diarios, no.
Entonces, ¿cómo podemos saber si algo tan sencillo como mover un mueble, o cambiar un pequeño hábito, puede generar en el gato ese estado de inseguridad?
Lo pregunto desde la ignorancia total, porque sinceramente no es algo que me esperaría, y entiendo que esos pequeños cambios pueden acabar desencadenando problemas de comportamiento si no los detectamos a tiempo.
GR: Tal como conversábamos, te diría que, por norma general, cualquier cambio que uno quiera incorporar en el entorno del gato debería darse por sentado que va a suponer una complicación.
Por eso, lo que habitualmente se sugiere es que, si hay que hacer un cambio necesario, se haga de la forma más gradual posible, o bien que se consideren estrategias preventivas para ayudar al manejo del estrés y facilitar la adaptación del gato.
A modo de ejemplo —y también tomando experiencias personales y de tutores—, en una ocasión simplemente cambié la disposición de la cama en mi casa.Eso fue todo, pero mi gato no entró a la pieza durante una semana.
La primera vez que entró, miró, se sintió inseguro, y huyó colapsado.
Con tutores también he visto muchas veces situaciones similares: cambiar la caja de arena de lugar, cambiar la marca de la arena, o incluso cambiar el tipo de caja puede acarrear problemas serios.
Me ha tocado ver gatos que desarrollaron cistitis intersticial —un cuadro médico muy asociado al estrés— simplemente por este tipo de cambios.
Incluso cambios de alimento pueden desencadenar reacciones de estrés que deriven en problemas médicos como este. Así que es fundamental entender que el estrés, aunque a veces invisible para nosotros, puede tener consecuencias reales y muy importantes en la salud de los gatos.
P: Ahora voy a hacer una pregunta que puede parecer muy sencilla, pero que creo que tiene mucho sentido pensando en las consecuencias que pueden venir después, cuando los problemas ya están más agravados.
¿Esta información sobre la sensibilidad de los gatos a los cambios se proporciona habitualmente en el momento de la adopción? ¿O consideras que todavía falta trabajar en eso?
GR: Sí, efectivamente siento que todavía falta información en ese sentido.
Hay muchos detalles sobre el comportamiento de los gatos que no están todo lo masificados que uno quisiera en cuanto a los cuidados que requieren.
Y claro, de manera inadvertida y sin ninguna mala intención, muchas veces los tutores terminan generando situaciones que afectan el bienestar del gato, simplemente por desconocimiento.
Así que sí, considero que es un aspecto en el que falta trabajar para difundir más información.
P: De hecho, me he sentido muy sorprendida al descubrir que hay cosas tan sencillas que pueden afectar a los gatos, y que normalmente uno no sabría. No lo harías nunca con mala intención, pero si no tienes la información adecuada, no te das cuenta de que puede generar un problema.Y eso refuerza la idea de que sería muy importante recibir esta información desde el principio, para evitar complicaciones mayores más adelante.
Cambiando un poco el tema, en el caso de los perros, por ejemplo, es bastante habitual —justamente por los estilos de vida actuales, donde pasamos más tiempo fuera de casa— que alguien piense: "Bueno, para que no esté solo, mejor tener dos perros". Y, en general, suele funcionar bien (aunque no siempre, claro).
Pero tengo la sensación de que con los gatos esto no es tan sencillo, ¿verdad?
GR: Claro, a veces cuesta un poco más porque, en términos evolutivos, los gatos provienen de una especie que era más bien solitaria.
Producto de la domesticación, han aprendido a convivir tanto con humanos como con otros animales, pero no tienen la facilidad social que sí tiene el perro, que proviene de una especie naturalmente sociable.
Esto genera ciertas dificultades, sobre todo cuando se intenta incorporar un segundo individuo en la vida de un gato adulto que no ha estado acostumbrado desde pequeño a convivir con otros de su especie.
En esos casos, puede ser complejo.
Ahora bien, compartir la vida con otro gato sí tiene beneficios, siempre que la relación entre ellos sea positiva.
De hecho, se ha estudiado que los problemas relacionados con la separación tienden a ser mucho menos frecuentes en gatos que conviven con otro gato o, en algunos casos, con otro animal de compañía como un perro.
Eso sí: para facilitar una buena relación, lo ideal sería que la convivencia empezara desde pequeños.
Cuando se intenta incorporar un gatito a un hogar con un gato adulto —o incluso entre dos adultos—, especialmente si no tienen historial previo de convivencia con otros gatos, la adaptación puede ser mucho más difícil. Tienden a estresarse, pueden surgir conflictos, y la falta de conocimiento sobre cómo realizar una presentación adecuada complica aún más las cosas.
Muchas veces, los tutores simplemente incorporan un segundo gato sin seguir ningún protocolo, dejando que "se conozcan" espontáneamente. Pero lo recomendable es realizar todo un proceso de presentación gradual, siguiendo una serie de pasos que permitan que ambos gatos se adapten al nuevo compañero.
Y esto es importante porque se ha visto en varios estudios que la primera interacción entre los gatos tiene un impacto muy significativo en cómo será su relación a largo plazo.
Cuando en esa primera interacción hay conflictos o agresiones, es más probable que no logren desarrollar una buena convivencia después.
Hoy en día, por suerte, hay más información disponible en internet sobre cómo hacer correctamente estas presentaciones. Me ha tocado ver tutores que, cuando llegan a consulta, ya han intentado seguir varios de los pasos recomendados. Siento que los tutores de gatos, en general, son muy comprometidos, demandan mucha información y tienden a formarse bien.
Además, la calidad de la información disponible sobre comportamiento felino suele ser mejor que la que a veces encontramos respecto a perros, donde abundan los mitos y la desinformación. Aun así, a pesar de tener acceso a buena información y de seguir los pasos recomendados, la incorporación de un segundo gato puede ser complicada. Por eso, siempre es importante manejarlo con mucho cuidado y paciencia.
P: ¿Cómo podemos darnos cuenta de que esto está ocurriendo? Volviendo un poco al paralelismo con los perros —donde el lenguaje corporal es algo muy importante y relativamente fácil de identificar para los tutores—, me pregunto: ¿es sencillo también para un tutor de gatos reconocer las señales que ellos nos envían? ¿O resulta más complicado interpretar su comunicación?
GR: Depende mucho de la categoría de la que estemos hablando.
Si se trata de estrés, hay varios signos que son relativamente fáciles de identificar y que suelen llamar la atención de los tutores. Generalmente, estos cambios se manifiestan a través de alteraciones en el comportamiento: un aumento en las vocalizaciones, pérdida de apetito, o una tendencia a esconderse más de lo habitual.
Estos son cambios que, en general, los tutores notan rápidamente. Sin embargo, en otras circunstancias —por ejemplo, cuando se trata de dolor o de cambios patológicos— puede ser más difícil de identificar, quizá más que en el caso de los perros. Esto tiene mucho que ver con la historia evolutiva del gato.
El gato proviene de una especie solitaria, donde la competencia entre individuos era la norma. A diferencia del perro, que evolucionó en grupos cooperativos donde expresar el estado emocional era beneficioso para el grupo, en el gato ser expresivo no resultaba adaptativo: expresar dolor o debilidad podía ser una desventaja frente a otros individuos.
Por eso, el gato tiende a ocultar sus emociones, un poco como sucede con las personas cuando juegan al póker: es importante no mostrar las cartas.
Esa es también la razón por la cual, aunque los tutores que conviven con gatos se van familiarizando con su lenguaje corporal y sus expresiones faciales, la comunicación del gato sigue siendo mucho más sutil que la de un perro.
P: ¿Podrías explicarnos algún ejemplo concreto del lenguaje corporal en los gatos?
GR: Claro, hay varias señales relativamente sencillas de identificar cuando un gato no está cómodo o está asustado.
Una de ellas, que también se ve en los perros, es la midriasis: la dilatación de las pupilas.
La posición de las orejas también es relevante: cuando un gato está asustado, las orejas tienden a lateralizarse o incluso a pegarse hacia la cabeza y echarse hacia atrás. Si el gato empieza a reaccionar de forma agresiva como forma de defensa, pueden aparecer vocalizaciones características, como el bufido —ese siseo típico de los gatos—, o incluso gruñidos.
Otra señal es que, si están muy asustados, tienden a reducir su tamaño corporal, pegándose al suelo.
La cola también es un gran indicador: cuando un gato no está cómodo, suele comenzar a mover la punta de la cola. A medida que la emoción crece, el movimiento se amplía y toda la cola se agita con mayor intensidad, dando lo que llamamos un "latigazo". Esta es una señal bastante evidente que la mayoría de los tutores suele reconocer.
Sin embargo, hay otras señales más sutiles que a veces pasan desapercibidas, especialmente cuando el gato está experimentando dolor o incomodidad durante una interacción, como cuando lo acarician. Muchas veces, antes de morder, el gato emite señales que no son interpretadas correctamente: puede tensarse ligeramente, mover la cola como describimos antes, o mirar hacia atrás como una advertencia.
Si esas señales no son comprendidas, el gato puede terminar mordiendo como forma de parar el contacto. En todo caso, depende mucho del tipo de tutor: quienes se informan más o tienen más experiencia con gatos suelen identificar mejor estas señales. Pero en general, es importante recordar que la comunicación del gato es mucho más sutil que la del perro, lo que hace que a veces se pasen señales importantes por alto.
P: Iba a introducirlo un poco más adelante, pero ya que lo has mencionado, aprovecho para entrar en el tema de las mordeduras. Evidentemente, quería preguntarte sobre los diferentes tipos de agresiones que pueden aparecer en los gatos, y de hecho ya habías señalado uno: la mordedura que ocurre cuando los estamos acariciando.
GR: Sí, en la medida que hay una interacción de cariño, hay gatitos que tienden a excitarse un poco y pueden morder suavemente. Se da en situaciones donde el gato está vinculado emocionalmente con alguien, siente afecto, y llega un momento en que, por la emoción, realizan una mordida suave, como parte de esa interacción.
P: Me he leído varias guías de etología felina precisamente buscando información sobre este punto. De hecho, hay un término específico para esta situación —aunque prefiero no decirlo en inglés, por respeto al idioma de Shakespeare, ya que mi speaking todavía necesita mejorar—. En español, lo que describen es la llamada "agresión asociada al acariciamiento".
GR: Sí, hablamos de una agresión propiamente tal.
Cuando uno acaricia a un gato y este muerde, habitualmente lo hace para cortar la interacción.
También hay casos donde el gato, excitado por el juego, interpreta la mano como un juguete: la atrapa y la muerde.
Es importante diferenciar estos dos escenarios desde el punto de vista diagnóstico:
Ambos tipos de mordida pueden llegar a ser graves, dependiendo del contexto y del nivel de excitación que tenga el gato en ese momento.
Son mordidas que, en algunos casos, pueden ser bastante fuertes. Ahora bien, existe un tercer escenario, muy diferente: cuando el gato está tranquilo, disfruta del cariño, y continúa disfrutándolo sin mostrar signos de incomodidad.
Este contexto es completamente distinto a los dos anteriores.
P: Es curioso, porque por lo que he estado leyendo sobre la agresión asociada al acariciamiento, en muchos casos son los propios gatos quienes buscan inicialmente la interacción. Entonces, claro, uno como tutor probablemente se emociona, empieza a acariciar, y ahí puede surgir el problema: parece que algunos gatos solo toleran las caricias durante unos segundos, y pasado ese tiempo ya necesitan que se detenga la interacción.
Yo lo explico desde lo que he leído y estudiado, pero prefiero que seas tú quien lo detalle mejor.
GR: Sí, hay bastante gente que ha tratado de explicar este fenómeno, pero la verdad es que no está del todo claro.
Lo que sí sabemos es que, efectivamente, hay ciertos gatos para los cuales el cariño no es algo negativo, pero en la medida que se prolonga durante un tiempo determinado, empieza a ser algo desagradable. Eso puede llevarlos a morder.
Por eso vemos gatos que buscan el contacto, que piden interacción y caricias, pero después terminan mordiendo.
Algunas teorías plantean que podría estar relacionado con la electricidad estática que se genera cuando acariciamos a un gato, especialmente si tiene el pelaje largo, y que eso generaría cierta incomodidad.
Otras hipótesis apuntan a los receptores cutáneos: después de cierto tiempo, lo que inicialmente es placentero podría volverse incómodo o incluso doloroso para el gato. Independientemente de cuál sea la causa exacta, lo que está claro es que, para muchos gatos, el contacto puede ser tolerado —o incluso disfrutado— durante un rato, pero si se prolonga más de lo que ellos toleran, empieza a ser molesto.
En ese momento, el gato suele empezar a dar señales de incomodidad; y si esas señales no son percibidas correctamente, recurren a la mordida para cortar la interacción. De hecho, muchas veces muerden y se alejan inmediatamente, porque su objetivo es terminar el contacto.
Ahora bien, hay casos donde los gatos muerden más bien por juego, y es importante distinguirlo. Cuando la mordida es por juego, el gato suele morder apenas acercamos la mano, o atraparla con sus patas delanteras.
A veces toleran algunas caricias y luego muerden, pero en vez de alejarse, se quedan jugando, pateando con las patas traseras, etc. El estado emocional del gato en estas situaciones también es diferente, y se puede observar claramente.
P: Ahora que te escucho e intento visualizar las dos situaciones que describías —el juego y la intolerancia al acariciamiento—, me surge otra duda:
Nosotros, como adultos, podemos tener más herramientas para identificar esas señales, aunque a veces también nos cueste. Pero, ¿qué pasa si en esa escena quien interactúa con el gato es un niño o una niña?
Un niño probablemente no va a saber interpretar cuándo debe parar, sobre todo si el gato mismo es quien se acerca en busca de interacción. ¿Puede esto complicar aún más la situación?
GR: Sí, en teoría es una situación de riesgo, pero en la práctica depende mucho del nivel de socialización que tenga el gato y de su experiencia previa con niños.
Si se trata de un gato que no tuvo mucho contacto con niños desde pequeño o que no está particularmente socializado hacia ellos, lo más habitual es que tienda a evitarlos. Quizás por eso, aunque en el papel podría parecer un escenario de riesgo, en lo personal no me toca verlo con tanta frecuencia.
La gran mayoría de los gatos, cuando no se sienten cómodos, tienden a evitar el contacto con los niños.
Y si un gato busca el contacto de manera activa, generalmente es porque está muy bien socializado y, en esos casos, suele tolerar mejor las caricias, sin que eso se convierta en un problema.
De hecho, si miramos las estadísticas, a diferencia de lo que ocurre con las mordidas de perros —donde los niños son el grupo más afectado—, en las mordeduras de gatos el estrato etario más afectado son los adultos a partir de los 30 años.
P: Vale, vale... (aunque ahora que lo pienso, si hubieras conocido al gato de mi madrina quizás pensarías diferente, ¡me dejó hecha polvo! —bromas aparte—).
Ya que has pisado el tema, me gustaría que nos hablaras un poco más de las mordeduras de gato:
¿Qué sabemos sobre ellas, en relación al estrato etario afectado y a las características específicas de este tipo de mordedura?
GR: En general, el tema de las mordeduras de gato está bastante menos estudiado que el de las mordeduras de perro.
Eso es lo primero que podría decirte.
Probablemente se deba a que el impacto que tienen las mordeduras de gato es menor en términos de daño, y también porque estadísticamente ocurren en un número menor que las de perro. Sin embargo, hay datos muy interesantes.
Depende mucho del país: por ejemplo, encontré un estudio realizado en China donde las mordeduras de gato ocupaban el primer lugar por sobre las de perro. En ese estudio, alrededor del 65% de las mordeduras de animales eran causadas por gatos, mientras que las de perro representaban aproximadamente el 27%.
Me pareció muy llamativo, aunque desconozco las causas específicas.
En la mayoría del resto de los países, el patrón es el contrario:
Respecto al perfil de las personas afectadas, se observa que las mordeduras de gato afectan principalmente a personas adultas, especialmente entre los 30 y 70 años. La incidencia en niños y personas mayores de 70 años es menor.
También se observa una tendencia bastante transversal en varios estudios: las mujeres resultan afectadas con mayor frecuencia que los hombres. Esto probablemente se deba, según señalan varios autores, a que las mujeres tienden a tener más gatos como animales de compañía, por lo que están más expuestas.
Sobre el tipo de gato implicado en las mordeduras, también ha habido cambios:
En estudios más antiguos, predominaban los casos de mordeduras provocadas por gatos sin dueño. En estudios más recientes, la mayoría de las mordeduras son causadas por gatos que tienen un tutor responsable. Esto tiene sentido si consideramos los cambios culturales que se han producido: antes había una población mucho mayor de gatos sin hogar, y hoy en día, en muchos países, los gatos con responsables humanos son mayoría. Y claro, en el caso de gatos no socializados, si una persona intenta manipularlos, es mucho más probable que reaccionen de forma defensiva.
P: Vale. Retomando lo que comentabas antes, es evidente que la gravedad de una mordedura de gato no es comparable con la de una mordedura de perro. Pero, dentro de su gravedad específica, ¿qué nivel de afectación suelen tener estas mordeduras?
¿Y en qué partes del cuerpo son más frecuentes?
GR: Depende bastante del estudio y también de la edad de los individuos afectados. En general, en adultos, las mordeduras de gato se dan con mayor frecuencia en las manos y las muñecas. Esto es esperable, considerando que muchas veces la mordedura ocurre como respuesta defensiva cuando se intenta manipular al animal.
En el caso de los niños, sí se ha descrito que las mordeduras tienden a afectar más la cara, el cuello y el torso. Esto se explica, igual que con las mordeduras de perro, por el tamaño de los niños y la disponibilidad de esas zonas del cuerpo en el momento de la agresión.
Respecto a las complicaciones, aunque la gravedad global suele ser menor que en las mordeduras de perro, no por eso dejan de ser importantes. Una de las principales preocupaciones es el riesgo de infección: las mordeduras de gato se infectan con mucha facilidad, sobre todo si no se recibe atención médica rápida.
He visto casos donde, por falta de tratamiento oportuno, las infecciones derivadas de mordeduras de gato llevaron a complicaciones serias, incluyendo amputaciones.
Por eso, aunque en términos de daño mecánico las mordeduras de gato puedan parecer menos graves, es fundamental tomarlas en serio, sobre todo si afectan a poblaciones de riesgo como personas inmunocomprometidas, diabéticas o hipertensas, donde el pronóstico puede complicarse mucho más.
P: Esto que comentas también me hace recordar algo relacionado:
Dependiendo de la zona geográfica, aunque puede ser más o menos frecuente, existe el hecho de que un gato con acceso al exterior puede cazar y traer animales a casa, como una especie de "trofeo".
Y claro, en esos casos, no es que el gato tenga una zoonosis como la rabia, pero sí existe el riesgo de exposición a enfermedades de este tipo, ¿verdad?
GR: Claro, pasa por ese lado que comentabas recién. Existe la posibilidad de que, al tener acceso al exterior, muchos gatos cacen y lleven sus presas de vuelta al hogar.
Esto ocurre especialmente en gatos que no se mantienen estrictamente como "indoor" (interior). Además, como consecuencia de ese acceso al exterior, los gatos pueden entrar en contacto con otros animales, no solo con los que cazan.
Y esto, efectivamente, supone un riesgo adicional: podrían contagiarse de enfermedades zoonóticas como la rabia.
Posteriormente, si ese gato llegara a morder a su tutor u otra persona, existe la posibilidad de transmisión.
Así que sí, es algo que se ha evidenciado como un factor de riesgo importante a tener en cuenta en relación a las mordeduras de gato.
P: Esto me hace pensar en la vacunación contra la rabia en gatos. ¿Es obligatoria?
GR: Sí, al menos aquí en Chile es obligatoria. Supongo que en otros países puede variar. ¿En España sabes cómo es?
P: La verdad es que en gatos no lo sé exactamente. En perros, curiosamente, no es obligatoria en todas las provincias; depende bastante de cada comunidad.
GR: Claro. Aquí en gatos, por ley, se deben vacunar. No recuerdo ahora mismo la edad exacta de inicio, pero es relativamente temprano. Luego se hace el refuerzo anualmente, o cada tres años, dependiendo del fabricante.
Es obligatorio, y de hecho te lo pueden exigir en distintos trámites si lo requirieran.
P: Volviendo al tema de las posibles agresiones, tenía aquí apuntado que nos habíamos quedado en la primera, la agresión por acariciamiento.
Pero también me gustaría que nos explicaras otros tipos que se destacan, como la agresión por juego —que ya habías mencionado antes— y especialmente la agresión redirigida. ¿Qué significa exactamente este último tipo de agresión?
GR: La agresión redirigida es una forma de agresión bastante frecuente en los gatos. Se produce cuando algún estímulo —un "gatillo"— provoca en el gato una respuesta agresiva, pero el animal no puede acceder directamente a ese estímulo.
Un ejemplo típico sería un gato que está dentro de casa, mirando por la ventana, y ve pasar a otro gato por el exterior.
Por su naturaleza territorial, querría agredir a ese gato intruso, pero como no puede, termina redirigiendo su agresividad hacia el gato que tenga más cerca, o incluso hacia su propio tutor si este pasa cerca.
También puede ocurrir en situaciones de frustración.
Por ejemplo, una tutora me comentaba que, cuando su gata se frustraba —como cuando la bajaban de una mesa—, inmediatamente después descargaba su molestia agrediendo a la otra gata de la casa.
En estos casos, aunque el origen sea diferente, el patrón sigue siendo el mismo: el gato redirige su agresión hacia otro individuo.
Hay otros estímulos que también pueden gatillar agresiones redirigidas:
Así que la agresión redirigida es un paraguas que engloba diferentes situaciones de origen diverso, pero todas tienen en común que el gato termina agrediendo a alguien que no era el objetivo original de su respuesta emocional. Desde el punto de vista clínico, es una de las formas de agresión más complicadas de diagnosticar y de tratar.
Muchas veces es difícil identificar el estímulo que gatilló la reacción, sobre todo porque puede no ser evidente o ser muy variable.
Además, es un tipo de agresividad bastante intensa y explosiva: los gatos pueden mantenerse en estado de excitación emocional durante horas. Algunos autores describen que, tras el estímulo inicial, el gato puede permanecer reactivo hasta 48 horas después, llegando a agredir mucho tiempo después del evento original.
Todo esto puede ser muy frustrante para los tutores, y afectar seriamente el vínculo emocional. Desde su perspectiva, resulta difícil de entender por qué un gato que siempre ha sido tranquilo y cariñoso reacciona de manera agresiva y aparentemente "sin motivo". Este impacto emocional en los tutores es algo que veo con frecuencia en la práctica clínica.
P: Claro, supongo que debe ser muy difícil ponerse en esa situación. Porque si no lográs identificar qué es lo que detona la reacción —y no porque no quieras verlo, sino porque realmente puede ser complejo de detectar—, lo primero que probablemente piensas como tutor es: "¿Qué está pasando entre nosotros? ¿Qué está pasando en el vínculo entre mi gato y yo?"
GR: Claro. Además, lo sienten como algo que ocurre "de la nada", precisamente por lo que comentábamos antes: puede ser una reacción muy repentina y muy expresiva. Eso, justificadamente, genera mucha inseguridad en los tutores en cuanto a la convivencia con su gato, y tiene un impacto muy grande en el vínculo. Les cuesta volver a confiar plenamente después de haber vivido una experiencia así, especialmente cuando el gato reacciona de forma agresiva de manera inesperada.
P: Claro, porque supongo que tampoco debe ser fácil, en un caso así, detectar lo que está ocurriendo.
Aunque hayan pasado horas desde el estímulo inicial, la reacción puede parecer surgir "de la nada", sin señales claras previas. A diferencia de otras situaciones donde podemos observar ciertos indicios en el lenguaje corporal, aquí —y corrígeme si lo estoy interpretando mal—, no sería tan sencillo anticiparlo, ¿verdad?
GR: Sí, suele costar anticiparlo. A veces, cuando se suceden varios episodios, los tutores logran aprender a identificar señales sutiles —muy específicas de su propio gato— que les permiten anticipar un ataque.
Muchos comentan algo como: "lo noto raro y sé que va a atacar".
Pero no es que existan señales técnicas universales; es algo muy particular de cada animal. En general, anticipar este tipo de reacción es difícil.
Y además, se complica aún más porque cuadros similares pueden deberse también a problemas médicos.
Dolor, molestias físicas, alteraciones neurológicas, infecciones... hay muchas causas médicas que pueden generar cambios de comportamiento similares a una agresión redirigida.
Esto hace que el diagnóstico y el abordaje del problema sean aún más complejos.
Cuando la reacción agresiva es intensa, los tutores muchas veces no se atreven a manejar a su gato, por miedo o por seguridad.
En esos casos, puede ser necesario aislar al animal durante varios días —en una habitación, en un balcón seguro—, limitando el contacto a lo estrictamente necesario: proporcionarle agua, comida y limpiar su caja.
Esta situación, además de dificultar el traslado al veterinario para un diagnóstico más preciso, tiene un impacto emocional muy fuerte, tanto en el gato como en sus tutores.
Es un escenario delicado que afecta el bienestar físico, por la intensidad de los ataques, pero sobre todo emocionalmente: para el tutor, ver a su compañero comportarse de manera tan diferente resulta devastador.
Ahora bien, no todos los casos llegan a esos extremos: En otros gatos, la agresión redirigida puede limitarse simplemente a tirar un par de manotazos a un compañero tras ver un estímulo estresante, sin mayores consecuencias.
Pero cuando el problema es severo, sí es una situación muy difícil de manejar.
P: No, no... De hecho, te estoy escuchando y no puedo ni imaginarme cómo se puede ir resolviendo una situación así.
Realmente lo percibo como algo muy, muy complejo.
GR: Habitualmente, si sospechamos que estamos frente a un caso de agresión redirigida, una de las herramientas que podemos utilizar es pedirle al tutor que lleve un registro.
Una especie de diario en el que anote el día a día de su gato:
El objetivo es tratar de identificar patrones que nos ayuden a entender qué puede estar gatillando el problema.
Aunque, sí, a veces resulta difícil encontrar una relación clara.
P: Sí, es fundamental todo lo que comentas. Me parece muy importante también lo que decías sobre la necesidad de identificar si hay causas físicas detrás de esas reacciones.
Descartar dolor, enfermedades o cualquier problema médico, a través de una valoración veterinaria, es un paso esencial antes de abordar cualquier problema de comportamiento.
GR: Sí, es un tema súper relevante. Ya lo habíamos mencionado antes: identificar el dolor en gatos es complicado, no solo para los tutores en general, sino incluso para los propios veterinarios.
Al menos aquí en Chile —por lo que me ha tocado ver— muchas veces tanto el diagnóstico como el manejo del dolor pasan por alto.
Sobre todo en el último tiempo, me ha tocado atender muchísimos pacientes que manifestaban problemas de comportamiento —incluyendo agresividad— cuya causa original era, efectivamente, un cuadro de dolor.
Recuerdo, por ejemplo, un caso de un gatito que vi hace aproximadamente un año:
Este gato empezó a manifestarse de forma agresiva hacia las visitas, cuando antes no tenía ningún problema. Ese tipo de cambio de comportamiento repentino suele ser una alerta importante de que puede haber un problema médico de fondo. Además de volverse agresivo con las visitas, empezó a orinar fuera de la caja y a marcar con orina sobre objetos traídos por esas visitas. Todo fue muy repentino.
Revisando su historial, descubrimos que estaba sufriendo de cálculos en la pelvis renal. De hecho, evaluando su expresión facial durante la consulta —donde casi me ataca—, era evidente que estaba en dolor, pero no se le había dejado un tratamiento adecuado, a pesar de que el diagnóstico de cálculos se había hecho meses antes. Bastó iniciar un protocolo de manejo del dolor para que la situación cambiara radicalmente:
En el control posterior, era otro gato: mucho más tranquilo, había dejado de marcar con orina y los tutores podían recibir visitas sin mayores problemas.
Este tipo de casos no son infrecuentes. Y están relacionados, nuevamente, con la historia evolutiva del gato:
Al ser una especie solitaria en sus orígenes, manifestar debilidad o dolor podía ser un riesgo de supervivencia.
Por eso, los gatos tienden a ocultar los signos de enfermedad o malestar hasta que ya son muy evidentes.
Consecuencia de esto, muchos gatos son diagnosticados tarde, cuando los signos ya son muy notorios y la situación ha avanzado. Así que sí, problemas de comportamiento —y en particular agresión— causados por cuadros médicos es algo que se ve bastante seguido.
P: ¿Qué recomendarías tú, basándote en todo lo que has ido viendo, para poder ir cada vez más por delante de este tipo de situaciones? ¿Qué sería lo ideal, dentro de lo posible?
(Gaspar aclara que depende mucho de la causa que esté provocando la agresión.)
Claro, me refería especialmente pensando en el tema médico que veníamos comentando.
GR: Lo ideal sería que todos los gatos tuvieran chequeos periódicos. Pero ahí aparece una dificultad importante: los gatos, como conversamos antes, suelen estresarse mucho al salir de su ambiente y al ser manejados por personas desconocidas, especialmente en un contexto potencialmente incómodo o doloroso, como una consulta veterinaria.
Para un porcentaje muy importante de los gatos, ir al veterinario supone un gran estrés. Y para sus tutores también, al verlos pasarlo mal.
Por eso, la recomendación de fondo sería comenzar desde pequeños a asociar la salida de casa y el uso de la caja de transporte a experiencias positivas.
Igualmente, habituarlos de manera gradual a los viajes en coche y a las visitas a la clínica veterinaria, siempre tratando de que esas experiencias sean positivas.
Ahora bien, aquí también depende mucho del propio entorno veterinario: Hay aún muchas prácticas clínicas que no son del todo respetuosas con el bienestar del gato y que generan experiencias negativas, dificultando mucho esta habituación. Se necesita más difusión de buenas prácticas de manejo.
Si todo esto se logra, sí sería ideal llevar al gato a chequeos completos anuales, que suelen coincidir con las vacunaciones
.
Y a partir de los 7 años, aumentar la frecuencia: realizar visitas semestrales e incluir exámenes complementarios (hemogramas, perfiles bioquímicos) para detectar precozmente posibles problemas de salud.
Respecto a la prevención de otras formas de agresión, también hay varias claves:
Se ha visto que los gatitos destetados o separados demasiado pronto son más propensos a manifestar agresiones por juego inapropiado o por frustración.
Y estas agresiones suelen ser particularmente intensas y causar bastante daño. Así que, en resumen, depende del tipo de agresión del que hablemos, pero estas serían algunas de las principales estrategias a considerar para prevenir problemas futuros.
P: Mira, te voy escuchando y no puedo evitar que me surjan mil preguntas más en la cabeza, porque realmente es un mundo interesantísimo. Sobre todo en el tema de la agresión, donde van apareciendo muchas líneas de reflexión, según cada situación...
No quiero robarte más tiempo —que además estoy controlando—, pero sí me gustaría preguntarte:
¿Qué crees tú que nos ha podido quedar en el tintero y sería importante tener en cuenta o conocer?
GR: Creo que algo importante para remarcar —y que ya hemos comentado antes— son las diferencias entre perros y gatos en la forma de relacionarse.
Muchos estudios muestran que la mayoría de las agresiones de gatos hacia personas tienen un origen defensivo, provocadas por situaciones que les generan miedo. Por eso, un consejo fundamental es aprender a respetar los espacios y tiempos de los gatos, especialmente cuando hablamos de personas que visitan el hogar.
Muchas veces, quienes no están familiarizados con el lenguaje felino tienden a ser invasivos:
Ven un gato y su primer impulso es acercarse, acariciarlo, tocarlo...
Pero lo ideal sería darle al gato la oportunidad de iniciar el contacto si lo desea, y mantener siempre su sensación de control sobre la interacción.
Incluso para los propios tutores, a veces es fácil caer en intentar forzar un acercamiento:
Tomarlos, acariciarlos constantemente... y eso, a la larga, puede generar incomodidad, evitación y, en algunos casos, reacciones defensivas. Particularmente con personas desconocidas para el gato, el riesgo de mordedura aumenta.
Si el gato no está adecuadamente socializado o simplemente no se siente seguro, es muy probable que reaccione si se siente acorralado. La mayoría de los gatos prefiere evitar el conflicto: Su primera estrategia será escapar, esconderse o alejarse.
Pero si no tienen opción de huir, es ahí donde puede aparecer una reacción agresiva. Es fundamental educar en este sentido, especialmente a quienes no conviven con gatos.
A veces incluso los propios tutores reconocen la dificultad de explicar a sus visitas que no deben forzar el contacto.
Me ha tocado ver situaciones donde, a pesar de las advertencias, las personas insisten en tocar al gato, provocando que el animal reaccione con manotazos o mordidas.
Respetar los espacios y tiempos del gato —y enseñar a los demás a hacerlo— es clave para prevenir situaciones de estrés, miedo y agresión. Especialmente también en contextos con niños, donde el riesgo puede ser mayor si no se entiende esta necesidad de respeto.
P: Me parece muy interesante todo lo que dices, y me da un poco de pena alargar más la entrevista porque sé que ya hemos hablado bastante tiempo. Pero justamente por esto que planteas, me surge una última reflexión:
Hoy en día, quien convive con gatos suele estar bastante informado, incluso a través de redes sociales donde se explican muy bien muchos aspectos sobre su comportamiento.
Pero, ¿cómo podríamos hacer llegar ese conocimiento también a quienes no tienen gatos, pero sí visitan hogares donde hay gatos? Con el aumento de familias que incorporan gatos a su vida, cada vez será más habitual esta convivencia ocasional. Y sin embargo, parece que aún queda como una asignatura pendiente el lograr transmitir este tipo de información a quienes no conviven habitualmente con ellos.
¿Cómo crees que podríamos trabajar en eso?
GR: Muchas veces se generan malentendidos —como una especie de “pérdida en la traducción”— entre quienes tienen experiencia con perros y quienes conviven con gatos.
Por ejemplo, algo que he visto frecuentemente —tanto en mi propia casa como en casas de otras personas— es que el gato se acerca, saluda, se echa de espaldas...
Y la reacción automática de quienes están acostumbrados a tratar con perros es acercarse y acariciarlo en el abdomen.
Pero, claro, para el gato eso no suele ser bien recibido. Y lo que viene entonces suele ser un arañazo o una mordida.
Estas diferencias de lenguaje corporal y de expectativas en la interacción son muy importantes.
Y justamente, quienes no tienen gatos o están más familiarizados con perros, a veces no comprenden bien cómo debe ser esa relación. Lo que puede llevar, inadvertidamente, a accidentes y mordeduras.
P: Y aquí sí que voy a hablarte más a título personal, porque hay algo que siempre me ha llamado mucho la atención...
Siendo una persona que convive con perro, hay una frase que nunca he soportado escuchar, y sin embargo es muy común: Cuando alguien visita una casa donde hay un gato sociable, enseguida dice cosas como "¡Este gato parece un perro!" o "Es más perro que gato".
Siempre he pensado: No, es un gato. No le quitemos su identidad.
Pero entiendo que, como dices, muchas veces se proyectan expectativas propias del trato con perros:
Se espera ese tipo de respuestas, esa búsqueda constante de interacción... Y claro, el ejemplo que has dado antes, de acariciar el abdomen, ilustra muy bien esta confusión.
GR: Claro, todo lo que comentas es muy cierto y da para hablar largo rato.
Incluso en el ámbito científico ocurre algo parecido: Cuando se investigan aspectos como el vínculo o el apego en gatos, muchos estudios tienden a comparar sus comportamientos con lo que se esperaría de un perro,
sin entender que el gato es una especie distinta, con formas de vincularse y expresarse diferentes.
Es decir, incluso en investigaciones científicas que uno esperaría más neutrales, se filtra esta mirada comparativa.
Se mide a los gatos con una vara diseñada para perros, en lugar de valorar su comportamiento dentro de su propio marco natural. Y como ya comentamos al principio:
No se trata de que uno sea mejor o peor, ni en su forma de comportarse ni en su forma de vincularse.
Son simplemente maneras distintas de relacionarse.
P: Básicamente, la primera frase que me viene a la cabeza es que estamos hablando de especies distintas, que, evidentemente, van a comportarse de manera diferente, por mucho que a veces nos empeñemos en comparar.
GR: Exacto. Tienen un historial evolutivo distinto, y su manera de comportarse es coherente con ese proceso evolutivo.
Por eso, muchas veces, las expectativas que ponemos sobre los gatos —cuando los comparamos constantemente con los perros— resultan injustas. No se trata de quién es mejor o peor: son simplemente formas distintas de ser.
P: Totalmente de acuerdo contigo. Y ahora, para ir cerrando —dejando un poco de lado el tema de las agresiones y mordeduras—, me gustaría despedirnos de otra forma.
Dinos algo que quieras destacar: ¿Por qué, pese a todas las precauciones y cuidados que debemos tener en cuenta, incorporar un gato a nuestras vidas puede ser algo tan positivo? Algo que nos recuerde por qué vale la pena entenderlos mejor, ya seamos tutores o simplemente visitantes en hogares con gatos.
GR: Sí, me quedaría con la experiencia de muchísima gente que ha tenido un gato por primera vez, sobre todo en la adultez. La mayoría de los tutores con los que he trabajado me comentan que antes no les gustaban los gatos...
hasta que tuvieron uno. Es una forma de vincularse muy especial.
Se genera un vínculo que perdura en el tiempo, que te hace sentir querido de una manera distinta a la que suele establecerse con los perros —pero igual de valiosa.
Convivir con un gato te ofrece compañía, cariño y también momentos muy graciosos, cotidianos, que enriquecen tu día a día. La composición de la familia se transforma y se enriquece. Es algo tremendamente valioso.
Me quedaría también con la idea que comentábamos al principio: el vínculo con un gato es algo que se gana.Y eso, al menos para mí, le da un valor distinto.
Los gatos no quieren a cualquiera: para lograr que confíen en ti y te elijan como su tutor, es necesario relacionarse con ellos de una manera especial. Y esa conexión que se construye día a día es precisamente lo que lo hace tan enriquecedor.
Así que, sin duda, tener un gato es algo absolutamente recomendable.
Y si además se puede optar por adoptar, mucho mejor.
P: Claro, y puestos a recomendar, también destacar la importancia de optar por la adopción siempre que sea posible.
Nos quedamos entonces con todo lo que nos has transmitido, y sobre todo con la idea de que, como seres humanos —otra especie más— que decidimos incorporar a otros animales en nuestras vidas,
es esencial tratar de entenderlos y conocerlos mejor, incluso antes de integrarlos a nuestras familias.
Eso no solo ayuda a prevenir posibles problemas de convivencia, sino que, sobre todo,
es una gran manera de cuidar el bienestar de ambos: el de ellos y el nuestro. Algo que debería ser siempre lo más importante.
GR: Claro, así es.
P: Bueno, pues ojalá poquito a poco vayamos consiguiendo que toda esta información se conozca más,
y que tanto etólogos como veterinarios puedan ayudar a que esté cada vez más presente en la sociedad.
Después de todo, todo el trabajo de vinculación y de bienestar —de unos y otros— será siempre más fácil así.
Gaspar Romo, ha sido un verdadero placer tenerte hoy aquí con nosotros.
Hemos aprendido muchísimo y, sinceramente, me quedo con ganas de poder seguir profundizando,
porque el tema es increíblemente interesante. Así que, lo dejamos aquí... ¡por ahora!
Muchísimas gracias por tu presencia, tu tiempo y todo lo que nos has enseñado.
Y, por supuesto, ¡bienvenido siempre que quieras!
GR:Sí, cuando quieran, volvemos también.
Y te agradezco mucho la invitación, Rosa.
P: A ti, por estar, por compartir, y por todo lo que nos has enseñado, que es muchísimo.
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