Presentación
Hoy tenemos el honor de recibir a la Dra. Alicia Álvarez. Alicia es doctora en Psicología Clínica, especialista en trauma y memoria emocional, con más de 15 años de experiencia en los ámbitos clínico, docente y de investigación. Actualmente es directora asistencial y de investigación en la Unidad de Trauma, Crisis y Conflictos de Barcelona, y colabora con diversas universidades y organismos internacionales, enfocándose especialmente en la salud mental y la atención psicosocial en situaciones de emergencia.
Sin más preámbulo, le damos la bienvenida a la segunda temporada de nuestro programa Diálogos INMAB: Ecos de Conciencia.
INMAB:
Alicia, benvinguda y bienvenida. Muchísimas gracias por estar aquí, ¿cómo estás?
Dra. Alicia Álvarez:
Gracias a vosotros por invitarme. Encantada de poder estar hoy aquí.
INMAB:
Nos gustaría aclarar que Alicia no está aquí por su experiencia en el tema específico de mordeduras caninas —lo que, en realidad, hace que esta entrevista tenga aún más valor. Está aquí porque es experta en trauma, en lo que significa vivir una experiencia traumática y en las consecuencias que puede generar.
Muchas veces usamos la palabra trauma con mucha ligereza. Pero, ¿qué hay realmente detrás de esa palabra? Eso es lo que queremos explorar hoy. Así que, gracias, Alicia, no solo por aceptar la entrevista, sino por la valentía de sumarte a esta conversación algo “inusual”.
Dra. Alicia Álvarez:
Vamos a intentar ver qué sale… A ver si soy capaz de aportar algo útil para vuestro ámbito.
INMAB:
No tengo ninguna duda de que lo vas a hacer. Y hay un detalle de tu trayectoria que me guardé para contarlo directamente contigo. Porque es algo que merece su espacio… (muestra el libro)
Este libro: ¿Cuánto pesa tu mochila?, escrito por ti y publicado en noviembre de 2024. Un libro reciente, actual, necesario.
Lo he leído y, sinceramente, me pareció excelente. Habla del trauma desde una perspectiva profunda pero accesible. Explora tanto experiencias puntuales que pueden tener consecuencias a largo plazo, como aquello que cargamos a lo largo de nuestra vida: lo que llamás la memoria emocional, nuestras mochilas.
Antes de comenzar con las preguntas vinculadas a las mordeduras, queremos felicitarte y agradecerte por este trabajo.
Y ahora sí, la pregunta clave:
Pregunta: ¿Qué te motivó a escribir este libro y cómo estás viviendo su recepción?
Dra. Álvarez: La verdad es que todo salió porque yo llevo muchísimos años trabajando en trauma, y había un punto en el que me daba cuenta de que la gente no sabía bien bien lo que era el trauma. Pese a que en los últimos años se ha popularizado muchísimo el término y todo el mundo lo usa, hay como dos vertientes: una que lo banaliza —todo el mundo dice ‘esto te va a dejar un trauma’, ‘sus traumitas’ y expresiones así—, y otra que lo convierte en algo que asusta mucho. Como si fuera algo enorme, que solo le pasa a los veteranos de guerra o cosas así. Y no es ni una cosa ni la otra.
Realmente, es un trastorno, una enfermedad que podemos desarrollar cuando nos pasan ciertas cosas en la vida, y de determinadas maneras. Todos somos susceptibles de acabar desarrollando un trauma.
Para mí, el objetivo era poder acercar lo que realmente es el trauma a todo el mundo. Hacer una tarea de alfabetización, de educación. Que aunque lo usemos con un tono más distendido —como cuando alguien te asusta y decís ‘me ha dado un infarto’—, sepamos que un infarto es algo grave, que tiene síntomas reconocibles, y que hay que pedir ayuda.
Pues con el trauma, lo mismo. Que aunque lo incluyamos en el lenguaje cotidiano, sepamos detectar cuándo realmente algo nos está afectando más de lo que debería… y estaría bien buscar ayuda.
Pregunta: Antes de hablar específicamente sobre las mordeduras caninas, nos parece fundamental entender bien a qué nos referimos cuando usamos la palabra “trauma”. Muchas veces se mencionan las consecuencias emocionales o psicológicas de ciertos eventos, como las mordeduras, casi como una coletilla: “puede causar trastorno de estrés postraumático”… pero sin profundizar realmente en qué significa eso. Por eso, queremos abrir bien esta puerta: ¿qué es el trauma? ¿Y qué caracteriza a una experiencia como traumática?
Dra. Álvarez: Trauma, en realidad, es la herida, la enfermedad que nos genera haber vivido o sufrido una serie de situaciones que nos dejan una impronta. Lo importante es entender que las situaciones no son traumáticas en sí mismas. Sí es cierto que hay condiciones que pueden hacer más probable que desarrollemos un trauma, pero no hay ninguna situación universal que genere trauma. Y eso es muy importante.
Yo suelo hablar de ‘situaciones potencialmente traumáticas’. Cuando alguien dice que una experiencia ha sido traumática, significa que, a raíz de esa situación, esa persona ha enfermado: ha desarrollado un trastorno de estrés postraumático. Pero otra persona que haya vivido exactamente lo mismo, no necesariamente desarrollará un trauma.
Entonces, el trauma es esa herida que nos queda cuando atravesamos una situación que desborda completamente nuestros recursos de afrontamiento. Y eso depende de muchos factores: nuestra historia personal, cómo se gestionó la situación, las características concretas de lo que pasó… Es multifactorial.
También es importante entender que el trauma implica estrategias adaptativas que activamos en ese momento porque la situación se percibe como amenazante o peligrosa. Esas estrategias, que en un principio nos permiten sobrevivir —emocional o físicamente—, si pasa el tiempo y no se desactivan, se vuelven disfuncionales.
Y esos son los síntomas que conforman un trastorno de estrés postraumático.
Pregunta: Una de las estrategias que mencionas en tu libro, y que también observamos muy frecuentemente en víctimas de mordeduras caninas, es la evitación. Muchas personas, luego del incidente, empiezan a evitar perros, lugares donde hay animales, o incluso hablar del tema. A primera vista puede parecer una conducta lógica, sensata. Pero explicas que esta reacción, aunque comprensible, puede convertirse en un problema. ¿Nos lo podés explicar un poco más?
Dra. Álvarez: Sí, porque lo que pasa en nuestro cerebro es que, cuando vivimos una situación que percibimos como muy amenazante, la registramos como algo altamente peligroso para nuestra integridad —física, psíquica o moral. Entonces, lo que ocurre es que se activa nuestra amígdala, que es una parte del cerebro muy antigua (filogenéticamente hablando), que no controlamos de forma consciente. Es como nuestra señal contra incendios: detecta un peligro y se hiperactiva.
Como se trata de algo muy impactante, y quizá nunca antes habíamos vivido algo así, esa amígdala se activa muchísimo. Eso nos hace reaccionar, lo cual está bien, pero también bloquea otra parte del cerebro: el hipocampo.
El hipocampo es el que nos ayuda a almacenar lo que vivimos en forma de recuerdos, y cuando esto se bloquea, no integramos bien la experiencia. Por eso, muchas terapias hablan de 'integrar el trauma'. Porque el cerebro no lo ha podido guardar correctamente, no lo ha procesado.
¿Qué pasa con eso? Que después, en nuestra vida cotidiana, nos vuelven fragmentos de la experiencia: pueden aparecer flashbacks, pesadillas muy intensas, o incluso sensaciones sensoriales ligadas al trauma. Por ejemplo, en casos de mordeduras, algunas personas escuchan ladridos aunque no haya perros presentes. O en otros contextos, se oyen sirenas o explosiones. No son alucinaciones, pero sí re-vivencias muy intensas.
En ese momento, no lo recuerdas: lo revives. No es un recuerdo todavía. Vuelves a sentir todo: las emociones, la sudoración, el bloqueo… Como esto es tan desagradable y genera tanto malestar, lo que hacemos es evitar.
Evitamos todo lo que creemos que puede hacernos revivir lo que pasó. Y esa es la evitación, que es uno de los núcleos clave en la sintomatología del trauma.
¿Y por qué es un problema? Porque aunque a corto plazo parezca sensato —'me alejo de lo que me hace daño'—, el cerebro no funciona así. Si no puedes volver a estar en una situación con características similares sin que te afecte, tu cerebro no puede aprender que eso ya no está pasando.
Por ejemplo: no todos los perros te van a morder. No todas las situaciones van a repetirse. Pero si evitas cualquier cosa que pueda darte nueva información, tu cerebro se queda anclado en ese momento. Esto además alimenta un estado de hiperalerta —otro de los núcleos del trauma— donde estás permanentemente en tensión, como buscando amenazas. Aparecen el insomnio, la irritabilidad, la dificultad para concentrarte… y todo eso va deteriorando tu vida en distintas áreas.
La evitación es una de las primeras cosas que se intenta abordar. Me acuerdo con los atentados en las Ramblas: trabajábamos mucho para que la gente pudiera volver a pasear por ese lugar. Era esencial para el proceso de recuperación.
El trauma tiene una característica muy particular: nos deja atrapados en lo que pasó. Como el cerebro no lo ha almacenado como recuerdo, sigue pensando que está ocurriendo. No distingue entre pasado y presente.
Parte del trabajo terapéutico es ayudar a que eso pase a ser un recuerdo, que el cerebro entienda que ya terminó. Y para eso, es esencial romper la evitación.
Pregunta: Escucharte hablar del cerebro y de cómo responde ante una experiencia traumática es impresionante. Realmente, ayuda a entender muchas cosas. Y aunque, como decías, es una simplificación de un tema muy complejo, se agradece poder tener estas ideas clave claras.
Voy a salirme un poco del guion, pero me parece importante hacerte esta pregunta ahora que estamos hablando de cómo reacciona el cerebro. ¿Hay alguna línea general que nos ayude a saber cuándo estas reacciones —que en un inicio pueden ser normales— dejan de serlo? ¿En qué momento podemos pensar que, quizás, nos hemos quedado anclados y necesitamos ayuda?
Dra. Álvarez: Sí. Al cabo de un mes, ese es un punto de referencia importante. Justo después del impacto inicial, es normal tener reacciones intensas. Cada persona reacciona de forma distinta: hay quien se bloquea, quien se activa, quien no muestra nada al principio... Pero el cuerpo, el cerebro, el sistema nervioso autónomo… todos se ponen a trabajar a tope para recuperar el equilibrio y el control de la situación.
En ese proceso de recuperación es cuando se activan estas estrategias de afrontamiento que, como decíamos antes, si no se desactivan con el tiempo, pueden volverse disfuncionales. Entonces, si al cabo de un mes esas reacciones siguen siendo igual de intensas, si no han disminuido, o si el malestar sigue interfiriendo en tu vida cotidiana —si dejas de hacer cosas que antes hacías, sin una explicación lógica—, sería buena idea consultar con un profesional.
Por ejemplo, si antes salías a pasear cada día por el parque, y después de lo ocurrido, un mes después aún no puedes hacerlo… ahí hay algo a revisar.
Evidentemente, si lo que ha ocurrido es una pérdida, hay cosas que no vas a poder hacer porque esa persona ya no está. Pero si hay cambios importantes en tu rutina o en tu manera de vivir que no se justifican directamente por lo que ha pasado, es recomendable pedir ayuda.
Durante ese primer mes se pueden aplicar primeros auxilios psicológicos. Es lo que hacemos en intervención en emergencias. A veces lo habréis visto en las noticias: cuando ocurre una tragedia, se dice que ha acudido un grupo de psicólogos de emergencias, del colegio profesional o del organismo correspondiente.
Yo, por ejemplo, estuve en el caso de Germanwings, hace ya diez años. Fui a trabajar para el consulado en ese momento. Y lo que hacemos ahí no es ‘curar’ con una varita mágica, eso no existe. Pero sí podemos dar pautas, reducir el malestar y aumentar muchísimo la probabilidad de que las personas no enfermen a raíz de lo vivido.
Es un poco como en el duelo: lo tienes que pasar, nadie puede evitarlo, pero hay cosas que pueden hacerlo más llevadero, más amable. Pues con el trauma es igual.
Pregunta: Entonces, durante ese primer mes, sin necesidad de estar obsesionados ni revisándonos constantemente, sí es importante observar un poco cómo vamos evolucionando, ¿no? Y si vemos que los síntomas se mantienen o se intensifican, ahí sí dar ese paso más y pedir ayuda profesional.
Dra. Álvarez: Claro. Y además hay veces que ni siquiera te das cuenta de que ha sido tan grave. Lo único que quieres es olvidarlo cuanto antes, que pase rápido. Como: ‘Vale, sí, ya está, ya pasó, OK’. Pero eso también pasa con las heridas físicas.
Te haces una herida abierta y muchas veces lo que haces es tapártela un poco y seguir, pero esa herida sigue ahí. Y deberías mirártela. Si estás un mes con la herida tapada, sin haberla revisado, puede que cuando la veas esté infectada. Y con el trauma pasa lo mismo.
Uno de los factores más importantes es cómo se gestiona la situación. Si tú te haces un corte y vas al médico, él no va a hacer que tu piel vuelva a estar ilesa de golpe, pero sí va a crear las condiciones para que tu cuerpo siga su proceso natural de curación.
Y luego tú haces lo que te ha dicho: te dolerá unos días, pero irás viendo cómo se cierra. Se te caerán los puntos, cicatriza, y todo va bien. Si no mejora, vuelves al médico.
Con las heridas físicas tenemos más conciencia, más educación o más cultura de cómo actuar. Con lo que pasa en el cerebro, no tanto.
Pero en realidad es algo muy lógico. Con una herida sabes que, al menos, te tienes que poner algo para que no se infecte. Un poco de betadine, como mínimo. Pues esto es lo mismo.
No se trata de hacer que pase rápido, sino de ver cómo vas evolucionando. Y si en algún momento decís: ‘Ostras, es que la herida sigue sangrando, sigo encontrándome mal’, entonces vas al médico. Y quizás lo único que necesitas son dos puntos. Y ya está. Y no pasa nada.
Pregunta: Una de las situaciones más complejas en los casos de mordedura canina es que, en muchos casos, ocurren en casa, con el propio perro o con un animal conocido. Es decir, no es un evento “extraordinario” que te pilla por sorpresa en la calle, sino que ocurre dentro de lo cotidiano, de lo familiar. Y eso puede añadir un nivel extra de complejidad, porque tu vida continúa en el mismo entorno. ¿Eso puede dificultar el proceso de recuperación?
Dra. Álvarez: Sí, y no. Es interesante porque puede ser un factor de riesgo, pero también un factor de protección.
Que ocurra dentro de la cotidianidad, como en casa, con tu propio perro o mientras tus hijos jugaban, puede dificultar porque, efectivamente, sigues en ese mismo entorno. Pero también puede ayudarte, porque al estar en tu entorno habitual, es más fácil evitar la evitación.
Es decir, no estás huyendo del lugar. Sigues allí. Y eso, con el apoyo adecuado, puede permitirte trabajar desde el primer día en la elaboración de lo ocurrido.
Ahora bien, puede que necesites más ayuda: para gestionar el miedo, para reconstruir el vínculo con el animal, para sostener el malestar… pero el hecho de seguir en lo cotidiano no es necesariamente negativo.
Algo fundamental en situaciones potencialmente traumáticas es evitar tomar decisiones drásticas en los primeros meses.
Estas experiencias nos sacuden profundamente: pueden tocar nuestros valores, nuestras creencias sobre cómo debe ser el mundo, sobre qué esperamos de los demás. Si alguien a quien quiero y que en principio debe cuidarme me hace daño —como puede ocurrir en una mordedura—, eso rompe una lógica interna.
Por eso, es importante esperar un tiempo antes de tomar grandes decisiones. Dejar que el cuerpo, la mente y el sistema nervioso se estabilicen.
No significa que tengas que volver a pensar exactamente lo mismo que antes. De hecho, muchas personas que atraviesan una experiencia traumática y hacen terapia terminan creciendo a partir de ella. Es lo que llamamos crecimiento postraumático.
Puede que tus creencias cambien, y eso no es algo malo. Pero es importante que esas nuevas ideas lleguen desde un lugar estable, no desde la intensidad del momento.
Es como lo que ocurre en los primeros meses tras dar a luz. No es lo mismo, por supuesto, pero es un ejemplo útil: hay tantos cambios fisiológicos y emocionales que no te reconoces del todo. Hay días que piensas una cosa, otros días otra, y todo es muy extremo.
Hasta que no se estabiliza tu nueva manera de estar en el mundo, no es recomendable tomar decisiones importantes.
Eso no quiere decir que no puedas tomarlas. Todos lo hacemos a diario. Pero no es lo ideal si pensamos en nuestro bienestar a largo plazo. Si después de unos meses sigues sintiendo lo mismo, adelante. Pero date ese tiempo para saber quién eres ahora, después de lo vivido.
Pregunta: Cuando hablas de “evitar tomar decisiones drásticas” durante los primeros meses tras una experiencia potencialmente traumática, ¿a qué tipo de decisiones te refieres? ¿Podrías dar algún ejemplo para que se entienda mejor?
Dra. Álvarez: Sí, claro. Me refiero a decisiones que implican cambios vitales importantes: cambiar de casa, dejar el trabajo, mudarte a otro país…
A veces, esas decisiones no las tomás tú directamente —por ejemplo, en procesos judiciales, sobre todo si hay menores implicados—. En esos casos, algunas cosas simplemente ocurren, y luego tú tendrás que procesar cómo te sientes respecto a ellas.
Pero muchas veces, tras un evento muy impactante —pongamos por caso un desastre natural, una situación de violencia o una agresión—, hay personas que deciden irse de su casa, dejar su ciudad, abandonar su empleo... Y en ese momento no lo hacen tanto porque ya lo tuvieran decidido de antes, sino porque lo que están sintiendo es demasiado.
Muchas veces, esas decisiones tan grandes forman parte de una evitación: ‘No quiero seguir estando aquí, porque estar aquí me duele demasiado’.
¿Eso quiere decir que esté mal irse? No. Pero es importante trabajar lo que hay detrás de esa necesidad de huir. Porque si el cambio viene solo por el dolor, por el impulso, es probable que, aunque te vayas, el malestar siga.
Podemos trabajarlo. Podemos entender qué parte de ese dolor tiene que ver con lo que pasó. Y si después de hacerlo, sigues sintiendo que quieres irte, adelante.
Pero que sea una decisión tuya, consciente, no una reacción. Que si un día vuelves, no te duela tanto. Que quizá te sientas triste, nostálgico, claro, pero no que lo vivas como una herida abierta. Porque cuando tomamos decisiones grandes desde ese lugar de dolor intenso, sin haberlas procesado, hay muchas posibilidades de que ese dolor nos acompañe, sin resolver, mucho tiempo.
Pregunta: Antes de pasar a la siguiente pregunta, me gustaría hacer una pequeña aclaración respecto a lo que comentábamos antes sobre las decisiones drásticas. En el contexto específico de las mordeduras caninas, a veces esas decisiones —sean las que sean, dependiendo de la agresión y de otras muchas circunstancias— no se toman por evitación, sino por motivos de seguridad, para evitar que una situación se repita. Es un tipo de decisión muy distinto, que responde a una necesidad de protección y no tanto a una reacción emocional inmediata. Lo que explicaba Alicia sigue siendo importante: saber distinguir cuándo actuamos desde el miedo y cuándo desde la responsabilidad.
Dicho esto, hay un tema que queríamos tratar y que también influye mucho en los procesos de recuperación. En el caso de mordeduras —y especialmente cuando ocurren a niños— muchas veces las heridas afectan zonas visibles del cuerpo, como la cara o el cuello. A diferencia de un adulto, al que suele afectar en extremidades, en los más pequeños esto deja marcas permanentes en lugares muy expuestos, y muchas veces hay que pasar por procesos quirúrgicos o reconstrucciones.
¿Eso puede hacer que el trauma se mantenga más en el tiempo?
Dra. Álvarez: Sí, es un factor de riesgo. En cualquier situación donde hay heridas físicas, pérdidas de miembros o incluso pérdidas personales —sea del tipo que sea— hay más probabilidad de que se desarrolle un trauma.
Como decía antes, hay situaciones que, por sus características, tienen más factores que las hacen potencialmente traumáticas. Y las lesiones graves, visibles, permanentes, son uno de ellos.
Por eso, en estos casos, es todavía más importante hacer un buen abordaje desde el principio.
Esto también lo vemos en otros contextos, como por ejemplo en el cáncer de mama. No hay dos mujeres que vivan esa experiencia de la misma manera: algunas lo sienten como un recordatorio constante y lo pasan muy mal; otras se tatúan, se reconstruyen, resignifican…
Lo que quiero decir con esto es que una herida, una pérdida, una cicatriz —por sí mismas— no son necesariamente traumáticas. Lo que marca la diferencia es cómo somos, cómo se aborda esa situación, cómo el entorno nos acompaña (o no), cómo nos hacen sentir.
Entonces, sí: la visibilidad o permanencia de la lesión es un factor de riesgo, pero no es determinante.
Y lo importante de saberlo es precisamente eso: que nos ayude a estar más atentos, a trabajar más profundamente en el acompañamiento, y a intervenir a tiempo para que esa experiencia pueda ser elaborada de forma saludable.
Pregunta: Hay algo que subrayas mucho desde el inicio de tu libro, y que me parece fundamental recordar: no es tanto la situación en sí la que determina si una experiencia será traumática, sino la percepción que tenemos de ella.
Y eso se refleja muy bien en algunos estudios sobre mordeduras, que muestran que incluso personas que no han sufrido una agresión física han desarrollado un trastorno por estrés postraumático, simplemente por haber sentido una amenaza muy intensa. Mientras que otras, que sí han sido mordidas, no desarrollan trauma. Esto confirma que no es tan sencillo como medir el “nivel de gravedad objetiva” del hecho.
Dra. Álvarez: Claro, porque si volvemos a lo que decíamos antes: lo que activa el trauma es que tú sientas miedo, que tu amígdala se active. Y eso depende totalmente de tu percepción de riesgo, peligro o amenaza.
Tu cerebro, tu cuerpo, todo tu sistema se va a poner en marcha para defenderse de aquello que interpreta como peligroso.
Y no solo influye si detectas o no un riesgo, sino también la conciencia que tienes de tu capacidad para enfrentarlo. Una de las claves de protección es la resiliencia, porque te permite gestionar e integrar lo que has vivido de otra manera.
Y eso varía muchísimo entre personas… y también en la misma persona, según el momento vital en el que esté.
Hay personas que jamás han tenido contacto con animales, y solo ver uno les genera terror. Y otras que han tenido perros toda la vida y, ante una mordedura, entienden que el animal ha reaccionado de forma inesperada, buscan ayuda profesional para reconducir la situación, y no lo viven como una amenaza extrema.
Por eso no hay dos respuestas iguales ante el mismo hecho.
Lo mismo pasa, por ejemplo, con un coche: hay personas que sienten verdadero pánico, y otras que lo disfrutan. Y esa percepción del riesgo cambia también dentro de cada uno.
Yo, por ejemplo, soy una persona bastante estructurada y tranquila. Pero reconozco que en mi adolescencia tenía un umbral de percepción del riesgo mucho más bajo. Hacía cosas sin darme cuenta del peligro que implicaban. Ahora, en cambio, hay muchas cosas que me generan una sensación de alerta que antes no tenía.
Así que no es solo una cuestión interpersonal (cómo lo vive una persona respecto a otra), sino también intrapersonal: cómo tú mismo percibes el riesgo en distintos momentos de tu vida.
Pongamos el caso de una mordedura. Quizá alguien siente que, de alguna forma, provocó o contribuyó a la reacción del animal. Eso puede reducir la percepción de amenaza: piensa ‘tengo que ir con cuidado, consultarlo, aprender a gestionarlo’, pero no desarrolla un trauma.
En cambio, otra persona ante una situación similar —quizá por un susto, un ruido, algo que se rompe en ese momento— se bloquea, su sistema se activa por completo… y ahí sí se dispara una experiencia traumática.
Pregunta: Volviendo al tema de las mordeduras a infancia, que por desgracia ocurren con más frecuencia de la que se suele imaginar, hay una cuestión fundamental: más allá del impacto directo en el niño o la niña, ¿qué pasa con el entorno?
Muchas veces, quienes no han sufrido físicamente el incidente —madres, padres, personas cuidadoras— lo viven de forma tan intensa, con emociones como la culpa, el miedo o la impotencia, que experimentan ellos mismos la situación como algo profundamente traumático. Y ahí es importante matizar: usar la palabra “trauma” tiene sentido, pero conviene desmontar un poco esa etiqueta, para entender realmente de qué estamos hablando.
Dra. Álvarez: En el caso de niños y adolescentes, esto es básico.
Si antes hablábamos de que uno de los factores clave para determinar si una experiencia acabará generando trauma es cómo se gestiona el incidente, en la infancia y adolescencia esa gestión depende del adulto.
Los niños y niñas ven el mundo —y reaccionan ante él— en función de cómo lo hacen sus figuras de referencia.
Un ejemplo muy claro: un pequeñito que empieza a caminar, se cae, y lo primero que hace es mirar al adulto. Si ese adulto reacciona con alarma, el niño se asusta y llora. Si le sonríe y le anima a levantarse, probablemente intente seguir.
Ahí vemos lo determinante que es la reacción del entorno. Porque además, en ese momento, el adulto no solo está gestionando la situación, sino que está enseñando al niño cómo se hace. Le está ofreciendo —o no— estrategias de afrontamiento.
En la infancia somos más vulnerables a desarrollar trauma porque nuestro sistema todavía no está maduro. No tenemos todas las herramientas para afrontar ciertas experiencias. Por eso necesitamos de esas figuras adultas estables, seguras, que nos den amor incondicional y estén ahí para cuidarnos.
Pongamos dos escenarios ante una misma situación:
En el primero, un niño es mordido por un perro. Su padre o madre lo consuela, le cura la herida, le protege, le transmite calma. No minimiza, pero tampoco entra en pánico. El mensaje es: 'Estoy aquí, esto se cuida, no estás solo'.
En el segundo, la reacción es de culpa o reproche: '¡Te lo dije!', '¿Por qué hiciste eso?'. O bien, de dramatismo extremo: '¡Dios mío, esto es una tragedia!'. En el primer caso, se reducen las probabilidades de que esa experiencia genere un trauma. En el segundo, aumentan.
Pero además, no solo influye en ese momento concreto: también estamos educando al niño en una forma de vincularse con el mundo. Si ante lo que le ocurre, su figura de referencia reacciona siempre con angustia, reproche o descontrol, el niño aprende que eso es lo que puede esperar del entorno.
Y eso puede tener consecuencias traumáticas más allá de la mordedura en sí. A largo plazo, ese patrón de respuesta puede marcar su forma de sentirse seguro, de pedir ayuda, de confiar… incluso de cómo se juzga a sí mismo como adulto.
Pregunta: En estos casos, cuando hablamos de una mordedura a un niño con consecuencias graves, me surge una duda: el papel del adulto es clave, sí, pero también es cierto que no es nada fácil gestionar emocionalmente una situación así.
Entonces, ¿cómo se genera ese equilibrio? Porque claro, el adulto también está muy afectado, pero a la vez es quien debe sostener al niño. ¿Cómo se transita esa doble carga?
Dra. Álvarez: Claro, pero aquí hay algo fundamental: el adulto eres tú.
Y sí, es muy bonito hablar de sostener, de acompañar… hasta que te das cuenta de que no sabes cómo gestionar lo que le está pasando a alguien que depende completamente de ti. Porque cuando todo va bien, parece que sí, que puedes con todo. Pero cuando las cosas se complican, llega el 'ya, pero es que yo también estoy mal'.
Sí. Pero tú eres el adulto. Has tenido toda tu vida para desarrollar herramientas, y si no las tienes, deberías buscarlas.
Porque tú puedes tomar decisiones, puedes pedir ayuda, puedes desconectar, dormir más, darte espacio. El niño o la niña no. Esa personita depende de ti para todo. No puede marcharse, no puede evadirse, no puede decidir qué necesita.
Y lo que además suele pasar es que invalidamos sus reacciones. Nos permitimos hacer cosas que no hacíamos antes —aislarnos, estar más irritables, dormir mal—, y en cambio no le damos espacio al peque para llorar más, para estar más sensible…
Entonces, si tú como adulto no puedes con todo lo que está pasando, busca ayuda.
Porque si tú no estás bien, no vas a poder sostener el bienestar de tu hijo o hija. Y entonces ese peque va a tener dos problemas: la agresión que ha vivido… y la pérdida emocional de sus figuras de referencia, que están tan desbordadas que no pueden acompañarle.
Nadie dice que no tengas que estar agobiado. Es completamente lógico. Pero tienes que encontrar un mínimo equilibrio para también poder estar presente.
Porque si tú estás totalmente inaccesible, aunque sea con toda la buena intención del mundo, ese niño o niña se va a quedar desamparado emocionalmente.
Y justo en ese momento, te necesita más que nunca.
Pregunta: Entonces, con todo lo que estamos hablando, se podría dar perfectamente una situación en la que el niño, tras una mordedura, logra gestionar la experiencia, supera el miedo, y sigue adelante sin desarrollar trauma…
Pero los adultos que le rodean —padres, madres, abuelos— no lo hayan vivido igual. Que sean ellos quienes, desde el miedo, no permitan que el niño vuelva a acercarse nunca más a un perro. ¿Es posible que, sin quererlo, se acabe potenciando un problema que el niño ya estaba elaborando bien?
Dra. Álvarez: Sí, totalmente. Porque los adultos también han vivido una situación potencialmente traumática.
Es importante recordar que el trauma no solo se desarrolla por vivir algo en primera persona. También puede surgir por haber sido testigo de un hecho impactante o por el relato cercano de algo terrible que le ha ocurrido a alguien a quien quieres mucho.
Yo he atendido a muchas personas que han enfermado después de presenciar actos de guerra, por ejemplo. No les pasó a ellas directamente, pero solo haberlo visto fue suficiente para desarrollar un trauma.
En el caso de una mordedura a un niño, los adultos que están ahí —los que ven cómo ocurre, los que sostienen la situación, los que sienten que no pueden proteger al niño que aman—, pueden quedar emocionalmente marcados.
Es como si ves cómo atropellan a tu hijo o hija delante de ti. Eso es un acontecimiento potencialmente traumático. Y sí, puedes enfermar después. Entonces, puede pasar que el niño, con su forma de entender, de sentir, de integrar, siga adelante.
Pero los adultos, desde su propio miedo y dolor no resueltos, condicionen la evolución del pequeño. Y sin quererlo, prolonguen o incluso generen un problema que ya no estaba presente en el menor. Por eso, también ellos necesitan cuidarse, mirarse, y —si hace falta— pedir ayuda. Para poder acompañar desde un lugar que no arrastre más miedo del necesario.
Pregunta: Hablábamos antes del primer mes tras una situación potencialmente traumática como un tiempo de observación, de acompañamiento, sin tomar decisiones drásticas. ¿Esto también se aplica a los adultos que han vivido esa situación como testigos o acompañantes, por ejemplo, en el caso de una mordedura a un niño?
Dra. Álvarez: Sí, claro. Lo mismo que decíamos para los niños o niñas, también se aplica a los adultos que han estado presentes o han sostenido emocionalmente ese momento.
Pero en este caso, hay un matiz muy importante: tú eres la figura de referencia. Y eso implica que tienes que estar —al menos emocionalmente— un paso por encima.
¿Qué quiero decir con esto? Que el seguimiento, la observación de tus propias reacciones, tiene que ser todavía más clara. Porque si no estás bien, aunque no sea con mala intención, vas a acabar transmitiendo ese malestar al pequeño.
Por eso, para mí, como recomendación ideal —no como obligación, pero sí como algo deseable—, lo más adecuado sería pedir ayuda desde el principio.
No porque vayas a desarrollar un trauma, necesariamente. Pero porque también estás alterado, también estás impactado, y necesitas acompañamiento para gestionar eso.
No es que un profesional lo haga ‘por ti’, sino que te ayude a no empeorar la situación.
Porque en esos primeros momentos, si tú estás muy removido y no tienes a alguien que te ayude a colocarlo, puedes tomar decisiones que no están alineadas con lo que de verdad querrías para tu hijo o hija.
Y muchas veces lo primero que se piensa es: ‘Llevaré al niño al psicólogo’.
Pero quizá en ese momento no es el niño quien necesita intervención. Eres tú. Porque si tú estás mejor, puedes sostener, acompañar y ser un verdadero factor de protección. Luego, si el peque no remonta, por supuesto, se valorará una derivación profesional. Pero lo urgente es que tú estés bien, para no convertirte, sin quererlo, en un factor de riesgo dentro de una situación que ya es difícil de por sí. Esto, en estos casos, no es solo importante: es absolutamente vital.
Pregunta: Hay algo que suele generar bastante preocupación en casos de mordedura vinculados al entorno laboral. Por ejemplo, personas que, por su trabajo —como los carteros en zonas rurales o suburbanas— están más expuestas a este tipo de situaciones.
Yo solía verlo como algo aún más problemático, porque claro, no pueden evitar exponerse de nuevo. Pero escuchándote, empiezo a pensar que, en algunos casos, esa exposición, si se trabaja bien, podría no ser tan negativa. ¿Qué pasa con estas situaciones?
Dra. Álvarez: Este es un caso con un matiz importante. Las personas que, por su profesión, están repetidamente expuestas a situaciones potencialmente traumáticas, tienen que cuidarse más.
Hablamos, por ejemplo, de controladores de internet que deben revisar contenidos terribles, o periodistas de guerra. Hay incluso asociaciones internacionales dedicadas a apoyar a profesionales que sufren el impacto emocional de ese tipo de exposición.
En estos casos, hay dos claves:
El caso de los carteros, como mencionabas, es un poco diferente. Porque el contacto con perros no es el centro de su trabajo, pero sí una posibilidad real, y más frecuente en ciertas zonas.
Aquí lo importante es que, si la persona ha vivido una situación como una mordedura, pueda volver a enfrentarse al contexto laboral sin ansiedad anticipatoria.
¿Por qué? Porque si cada vez que tiene que acercarse a una casa con perro empieza a tener insomnio, náuseas, bloqueo... estamos hablando de una sintomatología ansiosa seria, que puede acabar en trauma si no se aborda.
Hay un estudio muy bueno que dice algo muy gráfico: ‘el trauma llama al trauma’. ¿Qué quiere decir?
Que si una persona ha vivido un hecho traumático y no lo ha podido integrar, es más vulnerable a que nuevas situaciones le vuelvan a desbordar. No es que le pasen más cosas malas, necesariamente, sino que su sistema —su amígdala, su hipocampo, su sistema nervioso en general— ya está alterado.
Entonces, aunque la situación no sea objetivamente grave, puede vivirla como si lo fuera. En este tipo de casos, el trabajo pasa por romper la evitación de forma progresiva.
Primero, volver al entorno laboral sin animales. Luego, exponerse a contextos donde haya perros pero sin que haya riesgo (por ejemplo, con presencia del dueño, con perros tranquilos). Que incluso pueda llegar a interactuar con el animal, si se da la oportunidad.
Así el cerebro puede ‘reaprender’ que no todos los perros son peligrosos y que la situación no es traumática per se.
Porque si no se hace nada, esa evitación puede convertirse en un obstáculo crónico. Y esa persona probablemente no lo va a gestionar bien nunca, y cada nuevo susto va a reforzar más el malestar. Es una bola que va creciendo.
Pregunta: Todo lo que estás explicando sobre cómo funciona el cerebro y cómo nos puede afectar una experiencia es realmente apasionante. Da para muchísimo, y no solo en relación con las mordeduras, sino con tantas otras situaciones de la vida.
Pero justo por eso, y como cierre de esta parte, quería preguntarte algo que creo que es muy importante: ¿Qué pasa si, a pesar de todo, una persona desarrolla un trauma? ¿Es algo con lo que se tiene que quedar ya para siempre? ¿O hay formas de salir de ahí?
Dra. Álvarez: Al revés.
Aunque acabemos desarrollando un trauma, eso no significa que tengamos que vivir con él toda la vida.
El trauma se puede integrar. Y eso es lo más importante que quiero transmitir: tiene solución.
Muchas veces, ni siquiera somos del todo conscientes de que algo nos ha marcado tanto. Vamos acumulando cosas en esa 'mochila emocional' de la que hablo en el libro: pequeñas o grandes experiencias que se nos quedan dentro. Y un día, más adelante, empezamos a tener malestares —físicos, emocionales— y no sabemos bien por qué.
Pero se puede trabajar. Lo fundamental es dar con el profesional adecuado, con el enfoque terapéutico que mejor se adapte a ti. No vas al oculista a operarte del corazón, ¿verdad? Pues con la salud mental pasa igual.
Pero que nadie piense que esto requiere años y años de terapia tres veces por semana. Hoy en día hay intervenciones muy efectivas, muy bien enfocadas, que pueden ayudarte de forma concreta según tu necesidad.
Así que sí, hay salida del trauma.
Pregunta: Aprovecho para decirlo: en tu libro está muy bien explicada toda la parte de las diferentes posibilidades terapéuticas relacionadas con el trauma. Así que, ya que estamos, lo decimos: vale muchísimo la pena leerlo, porque ayuda a entender qué opciones reales hay para quien está atravesando un proceso así.
Y ahora sí, una última pregunta, que quizá es un poco más técnica, pero importante:
Como todavía hay muy poco investigado sobre las consecuencias psicológicas de las mordeduras, especialmente en términos de trauma, ¿qué recomendarías tú, desde tu experiencia como experta en trauma e investigación, para que estos estudios se hagan bien? ¿Qué habría que tener en cuenta a nivel metodológico y ético?
Dra. Álvarez: La investigación, en cualquier campo, debe basarse en el método científico, y eso implica una serie de criterios claros.
Para poder estudiar bien un fenómeno como las consecuencias psicológicas de las mordeduras, necesitas:
Una muestra suficientemente amplia y representativa. Que los casos sean lo más homogéneos posibles, en cuanto al tipo de situación vivida. Recoger también las variables personales, intentando que no haya diferencias tan extremas entre los participantes.
Por ejemplo, no sería metodológicamente correcto comparar —me invento el caso— a alguien al que un cocodrilo le ha arrancado el brazo con alguien a quien un gato le ha arañado. Aunque ambos sean animales, el impacto físico y emocional son incomparables.
Entonces, lo ideal sería poder hacer una evaluación al momento del incidente (o lo antes posible), y luego realizar un seguimiento en el tiempo, viendo cómo evoluciona esa persona: si ha desarrollado trauma, si ha hecho terapia, qué factores han sido protectores, cuáles han sido de riesgo…
Esto es lo que se hace, por ejemplo, en casos de atentados: se evalúa en el momento de impacto, y luego se hace seguimiento a medio y largo plazo.
Otro tipo de estudio posible sería el retrospectivo. Ahí lo que haces es evaluar a personas que ya presentan un cuadro clínico (por ejemplo, un trastorno de personalidad o un trauma complejo) y mirar hacia atrás: identificar si han vivido experiencias adversas, entre ellas mordeduras u otras situaciones relacionadas con animales.
Las opciones metodológicas existen. Lo importante es tener acceso a una muestra adecuada, hacer un buen diseño de estudio que permita obtener datos fiables, y respetar siempre los principios éticos.
El método científico es claro, pero exige rigor. Y en este campo, hace falta más investigación bien hecha para poder entender mejor el impacto real que pueden tener estas experiencias en las personas.
Cierre de la entrevista
INMAB: Lo cierto es que muchas veces cuesta poner sobre la mesa la importancia de las consecuencias psicológicas que pueden quedar tras ciertas experiencias. Siempre quedan en segundo plano, detrás de lo visible. Y, como decíamos, es cuestión de seguir empujando para que se investigue más y mejor. Es un reto, sí, pero también una necesidad.
Para terminar, Alicia, te dejamos libertad absoluta por si quieres añadir algo más que haya quedado en el tintero.
Dra. Alicia Álvarez: Nada más que agradeceros que me hayáis invitado. Me ha encantado charlar contigo, Rosa. Ha sido un auténtico placer.
INMAB: El placer ha sido completamente nuestro. Nosotros, encantadísimos y muy felices de haber podido contar con tu mirada, tu claridad y tu generosidad. Y ya te decimos: si no fuera porque el tiempo es limitado, ¡te tendríamos aquí horas y horas!
¡Muchísimas gracias por estar con nosotros!
© Derechos de autor. Todos los derechos reservados.
Necesitamos su consentimiento para cargar las traducciones
Utilizamos un servicio de terceros para traducir el contenido del sitio web que puede recopilar datos sobre su actividad. Por favor revise los detalles en la política de privacidad y acepte el servicio para ver las traducciones.